viernes, 18 de febrero de 2011

CAPÍTULO IV - JUEGOS DE NIÑOS

Conforme crecía iba convirtiéndome junto con mi hermana en las líderes de la calle, nuestros amigos venían a nuestra casa a buscarnos y hasta que no salíamos ninguno de ellos se animaba a jugar, jugábamos a la teya, a tu la llevas, a pillar, a la cuerda, a churro media manga, a indios y vaqueros y a descubrir rincones en las obras cercanas que desprotegidas totalmente nos daban la opción de convertirlas en nuestro castillo medieval o en el hospital de la zona donde poder desarrollar nuestra imaginación y convertirnos por unos instantes en los mejores médicos y enfermeras o en la princesa apresada en su castillo cuyo príncipe montado en su corcel venía a rescatarla de su cautiverio, en uno de esos días recorriendo la obra jugando en medio de montones de escombros se encontraba una viga descarnada dejando al descubierto uno de sus hierros del forjado, mi amiga Puri sujetó el hierro con sus manos y  haciendo palanca  me llamó y me dijo "mira, mira" en ese momento que me agachaba para observar lo que me indicaba soltó el hierro golpeándome con una fuerza brutal en plena cara, no había cumplido los 4 años y aquel accidente fue el comienzo de un duro peregrinaje de médicos y especialistas que marcaría totalmente mi vida.

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